Un atentado ocurrido este viernes a una sala de conciertos a las afueras de Moscú, el más grave ocurrido en el territorio desde la matanza de Beslán en 2004, dejo unas 115 personas fallecidas y se considera un “castigo” por parte del Estado Islámico.
Parte de esto se ha visto reflejado en el papel en la defensa del régimen sirio de Bachar al Asad y la liquidación de la guerrilla islamista en Chechenia y su decisión de cooperar con los talibanes.
Desde el 2017 no se había repetido un ataque yihadista contra territorio ruso, para ese año se registró uno contra el metro de San Petersburgo, donde murieron 17 personas y otras 64 resultaron heridas.
Algunos políticos rusos han sugerido que Ucrania podría estar detrás del ataque, aunque el Kiev lo ha negado categóricamente, refutación que fue respaldada por Estados Unidos.
Por otro lado, el pasado 8 de marzo las embajadas occidentales advirtieron a Rusia sobre posibles atentados terroristas en aglomeraciones coincidiendo con las elecciones presidenciales del 15 al 17 de marzo, sin embargo el presidente ruso, Vladímir Putin, descalificó esas advertencias.
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Los servicios de seguridad informaron el sábado a la agencia TASS que EE.UU. proporcionó esa información a Rusia, pero “tenía un carácter general, sin ningún dato concreto”.
Hasta el momento el primer mandatario ruso no ha emitido ningún comentario sobre lo sucedido en las afueras de Moscú, aunque el Kremlin informó de que el presidente había sido informado sobre el atentado poco después de que los asaltantes abrieran fuego contra la multitud.
Este es el mayor atentado ocurrido en Rusia desde la matanza en la escuela de la localidad noroseta de Beslán, en la que murieron 334 personas, la mitad de ellos niños.
