Uno de los desafíos diarios de la dinámica política es el trascender del discurso a la acción, convertir palabras en hechos y transformar el lenguaje en emociones reales y espontaneas en los ciudadanos. Para muchos políticos es cuesta arriba diseñar su propio relato y más aún cuando ni siquiera entienden la importancia del orden de las ideas y las palabras, algunos ignoran que parte de la esencia de la política reside en el arte de persuadir y convencer.
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Cuando se presta atención en el lenguaje coloquial sin tomar en cuenta la ideología de su interlocutor obtenemos imágenes referenciales de forma inconsciente sobre lo que se está hablando. Cada palabra evoca una imagen y a esta imagen se le da una interpretación acorde con nuestra visión de mundo. No hay palabras buenas ni malas, solo interpretaciones que refuerzan nuestras creencias o nuestros prejuicios.
En comunicación política hay ciertas reglas sobre el lenguaje, el uso de metáforas y el encuadre. Este trinomio apunta directamente a valores, a una cosmovisión sobre la vida y el entorno, por lo tanto, no se puede descuidar el discurso y su forma. Si se aspira a un cambio social y de paradigma, hay que activar nuevos marcos, comunicar de forma diferente y no como el adversario, hay que construir un nuevo lenguaje.
En momentos de alta incertidumbre, miedo, caos y saturación emocional, ordenar las ideas, el discurso y la forma de comunicar tiende a ser cuesta arriba, sin embargo, es una tarea necesaria ya que la ciudadanía no está preparada para procesar cualquier cosa que se diga, mucho menos de interlocutores con escasa transparencia y desgastada reputación. En Venezuela, gran parte del conflicto político se concentra en la lucha por el relato, la verdad y el control de la opinión pública.
Antes de reconectar las emociones de la población y alcanzar un nuevo lenguaje se debe primero trabajar en comprender la cultura política, el pensamiento y comportamiento del ciudadano, su concepción acerca de los valores familiares, sus creencias, prejuicios y aflicciones. Posicionar una idea que venda cambio en una sociedad que olvidó cómo es el cambio, es cuestión de trabajo, tiempo y experticia. Aquí no hay espacio para la improvisación.
Actuar en sintonía con los hechos reales es otro de los desafíos, regresar a la coherencia es caminar con los zapatos correctos. Las personas escucharán a aquel político que comunique con el ejemplo y no con el lenguaje orwelliano y contradictorio que está actualmente sobre la mesa y al que la gente se ha acostumbrado. Hay que decir lo que se cree desde una perspectiva idealista sin atender a los tecnicismos y verbos rígidos del político convencional. Hay que hacer una profunda renovación, hay que cambiar.